martes, 19 de mayo de 2020

La calavera infernal (I)

Tenía tanta sed, tanto calor, por el agobiante calor, que ni los perros, tenían ganas de estar en las mugrientas calles. Necesitaba beber, pero si compraba algo de bebida, la patrona, que me daba el dinero justo, me daría latigazos a unos azotes, a mi tierna edad de diez años, según el día. Me perdí en el puerto, de la cantidad de gente que había en el puerto de Cádiz. Tuve suerte y pude robar a una mujer adinerada, aprovechando que la dama de compañía miraba a otro lado. Pero después de adquirir una cerveza aguada fresca, en el puesto del mercado que llegué por una de las calles, me pudo la avaricia y robé más cantidad a un hombre acaudalado; antes de que me matase en un callejón, agarré un trozo de madera de una caja que estaba astillada y le golpeé hasta que le maté. Para evitar la justicia, me escondí en un galeón pirata, en el ¿feliz o infeliz año de 1667?

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