sábado, 20 de julio de 2013

La Gran Depresión (XXIII)

Una vez abajo, corrimos como pudimos hasta nuestras bicicletas, con los nervios nos perdimos en medio del bosque y no vimos el camino que siempre utilizábamos para salir. Nos pusimos a buscar muertos de miedo pero sin éxito, un camino, por fin lo encontramos, cuando pensábamos que ya lo teníamos muy fácil para escapar, una manada de lobos nos rodeó. Entonces, las brujas que encontramos en la iglesia que eran modernas y las que acabamos de ver en el cementerio, se acercaron, apartándose los lobos para permitirles que entrasen, entonces la bruja que llevaba los guantes de cuero negro, el top morado, los pantalones de cuero y que parecía la jefa según la llamaron se llamaba Nebrusa, dio orden a las demás para que sacasen los puñales cortasen ramas de cedros, cogieran hachas y cortaran buenos árboles y que nos atasen bien, mientras la hermana Woogam nos pinchaba los dedos de las manos, otra nos cortaba las muñecas.
Apareció primero un cazador que intentó disparar a los lobos, pero lo único que hizo fue asustarles; entonces se acercó a donde estaban las brujas y le convirtieron en piedra; después apareció  un cura  con una sotana negra; en la mano llevaba una biblia, sin abrir la biblia, las brujas y los lobos desaparecieron, la carne de nuestro hombro volvió a su ser; las heridas se cerraron y la sangre se secó.  Entonces desapareció y dejó de nevar.
Con mucho cuidado, vimos el camino por donde siempre íbamos y nos dirigimos de regreso al pueblo. Como siempre y sobre todo ahora, pusimos la mayor atención posible, de mirar las hojas, ramas, el color, si había algún animal; pero durante la media hora de regreso no pasó nada. Cuando salíamos, del camino nos encontramos unas viejas termas, les pareció bastante interesentante que estuvieran en tan buenas condiciones, como la otra vez o mejor dicho peor que la otra vez, no solo se cerró las puerta de entrada, sino que el suelo se empezó a abrirse bajo sus pies. Para empeorar la situación las paredes se empezaron a derrumbar, los asientos les atraparon porque una rama de un árbol les anudó  las manos y la cintura, tan fuerte que no les permitía moverse.
Pasaron varios días sin poderse mover, hasta que por fin  les permitió soltarse y todo volvió a su ser.
Regresaron al camino para ir  al pueblo todo recto y hacia abajo.


Al atardecer, dejaron las bicicletas que habían alquilado, fueron al hotel, intentaron arrancar el coche, pero se negaba a arrancar.

A las diez cenaron, pero en lugar de subir las escaleras, permanecieron en el porche delantero del hotel hasta la una, que subieron las escaleras bostezando. Cuando llegaron, se cambiaron, nada más deshacer la cama, se durmieron.

Continuará....

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