sábado, 18 de mayo de 2013

La gran depresión (XVI)


El teléfono se le cayó de las manos y gotas de frío sudor resbalaban por su frente empalidecida por el susto. Querría correr pero sus piernas no respondían, sólo temblaban y temblaban…

Cuando respondieron echó a correr con desesperación hacia la escalera para recoger a los niños que estaban en la planta de arriba, pero antes de subir, aquella misma carcajada sádica le detuvo en seco. Al mirar al final de las escaleras, junto a la puerta del cuarto de los niños estaba un hombre alto, de frente amplia y cabello rizado y gris. Vestía con un mono blanco como el de los pintores, pero estaba de manchas rojas y en su mano derecha el hombre sostenía un enorme cuchillo ensangrentado.

El terror que sintió fue tal que quiso gritar y no pudo, se tropezó mientras intentaba llegar a la puerta de salida y, una vez que estuvo enfrente, intentó una y otra vez abrirla pero las manos le temblaban tanto que la llave se le caía o ella lo metía mal. Mientras esa horrenda carcajada de fondo, sonando cada vez más fuerte a medida que el asesino se acercaba con una lentitud tan extrema como cruel y premeditada.

Gracias a Dios consiguió por fin abrir la puerta y tuvo la suerte de que a pocas calles estaba en camino un coche de la policía. Corriendo, intentó alejarse, unos cincuenta metros de la casa viendo con asombro como el asesino no la seguía. Sin embargo, los padres de los niños pasaron con el coche; reconociéndola, pararon el coche se bajaron, yo que estaba cerca con mis amigos y nos íbamos a ir a una fiesta,   escuché la historia que te he contado. Entonces ella se montó en el coche, y se dirigieron a su casa.

La policía entró en la  casa, pero nunca encontraron al hombre, que probablemente escapara por alguna ventana, aunque la niñera le dio la descripción, lo más detallada de él.
Pero, lo que vieron aquellos agentes ese día en el cuarto de los niños les marcaría por el resto de sus vidas.
Las paredes estaban cubiertas de manchas de sangre, había tripas y vísceras esparcidas por el suelo, las tres cabezas de los chicos estaban sin ojos y separadas de los cuerpos y, junto a otras atrocidades de la escena del crimen, se habían encontrado unos pañuelos que a modo de mordaza habían impedido que los gritos de sus víctimas sonaran en toda la calle. La niñera al estar viendo la televisión con el volumen muy alto nunca escuchó nada y el psicópata aprovechaba los pequeños “descansos” mientras torturaba y asesinaba a los niños para llamarla por teléfono y reírse de el hecho de que a escasos metros estaba acabando con la vida de los pequeños que ella debía cuidar.
-          Estamos, en la línea, no sé la verdad quién debería haberse llevado el primer premio. ¿ Siguió viviendo la familia en esa casa después de lo acontecido?
-          No, después del espeluznante suceso, se mudaron, la intentaron vender y alquilar, durante muchos años, pero resultó muy complicado. Ya hemos llegado, ¿Conduces tú o yo?

-Lo haré yo, ya que estoy muy poco cansado, mañana si tú estás más despejado te toca a ti.
  
 A la mañana siguiente, optaron por hacer un poco de equitación ya que era temprano. Hicieron un camino lleno de montes y pasaron ríos, en el precio les entraba un picnic, por lo tanto a las dos comieron tortas rellenas de carne y verduras, regresando a las cinco para que no se perdieran ni surgiese ningún incidente, aunque delante se encontraba el guía.    

Continuará.......

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