Por la noche, el
hermano Manuel, nada más terminar de colocar todos los utensilios en el armario
y cerrar con llave; se encontró un extraño objeto, lo agarró y cual fue su
sorpresa al ver un amuleto, lo dejó pensando que era de alguno.
A la mañana siguiente, miró por todas las celdas a ver si lo
veía pero no había nada.
Llegó la desdichada noche, en la cual el hermano Manuel,
encontró una moneda, la cogió, esta vez, en lugar de mirarla, lo puso en el
minúsculo bolsillo que había en su hábito, pero sin embargo, sin saber
como, apareció en su mano. Extrañado, lo
miró entonces, mudó primero, se convirtió en una cruz, después apareció el
príncipe de las tinieblas y por último se abrió ante él todo el fuego del
inframundo.
Empezaba otro nuevo día, cuando todos, se despertaron tarde,
ya que nadie había hecho sonar las campanas.
Después del mosqueo y pensando el castigo que le pondrían
comenzaron a buscarle, pero no le hallaron. Entonces, se dirigieron a la
capilla, pero tampoco estaba allí.
Empezó a nublarse, alrededor de las cinco y media comenzó a
irse la luz solar, rezaron varios rosarios por las almas de sus hermanos.
A la hora de las nonas, se inició como siempre la misa en la
misma capilla que habían hecho mella en la vida de los monjes, sin embargo no
tenían otra. El único ruido era un ladrido de un perro, enseguida Eduardo, se
dirigió donde se encontraba le acarició las orejas, enseguida se tranquilizó y
la misa se realizó de lo más normal.
Cuando dio paso la finalización de la misa, Eduardo, se puso
a barrer ya que con las extrañas desapariciones, llevaba varios días sin la
debida limpieza, nada más terminar, se dispuso a recoger los utensilios de la
misa.
El amuleto, apareció encima del paño, que hacía un momento
acababan de utilizar, lo cogió en su mano, apareció un mensaje cifrado que
había gente que piensa que ponía: esto por llevarme a la hoguera.
Fuera lo que pusiese,
el caso, es que no le permitió el dejar encima de la mesa el amuleto, ya que le
cortó la muñeca.
Continuará....
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