Rondaba el año de 1265, en las Hurdes, siendo un territorio
de profundas gargantas y precipicios, de valles y pizarra, de jaras y madroños,
de pinos y de olivos, de miel y polen, de silenciosas alquerías, de gentes
trabajadoras y sencillas.
En el convento que
estaba cerca de un precipicio, pero
también estaba de tal modo situado, para que los aldeanos pudieran
acceder a él con toda tranquilidad, incluidos ellos u otros monjes.
Estos monjes benedictinos, después de rezar sus plegarias;
vieron un amuleto. Nada más tenerla en su mano fray Francisco, empezó a mudar
de color. Como no se lo podía creer se lo acercó más; esta vez cambió de forma;
cuando lo tenía prácticamente demasiado cerca de los ojos comenzó a arder, lo
soltó y se apagó de repente.
A las nueve de la noche, como la otra vez, de nuevo nada más
terminar de rezar el rosario, pasó por delante del misterioso amuleto, lo
recogió y lo miró de cerca, cambió otra forma totalmente distinta; sin embargo
esta vez no se lo acercó a los ojos; sino que lo tiró al suelo.
Al día siguiente después de las nonas, fray Francisco se
quedó el último para recoger todos los
Pasó por delante del extraño amuleto, se fue a la derecha y
el amuleto se dirigió a su lado.
Entonces, le dio un puntapié, el amuleto le hizo caso omiso,
poniéndose delante de él, entonces, lo
agarró, el amuleto comenzó a arder, no permitiéndole que lo soltase, cambió a
un hacha, cortándola en el acto.
Muy temprano, empezaron a repiquetear las campanas en el
monasterio, todo el mundo una vez que estuvieron sentados en los bancos de la
cocina, se preguntaron que le ocurría al hermano Francisco, que estaba ausente,
uno de los monjes, tomó la iniciativa a ver que pasaba. En cuanto llegó
encontró al hermano Francisco separado de su cabeza con un corte limpio y con
sangre coagulada.
El resto del suelo de arcilla, continuaba con el color
marrón de todos los días; la capilla que hasta hacía poco, era la casa del
señor, se había convertido en la casa del diablo.
El hermano Marcos, salió disparado al comedor, dando la mala
noticia entre tartamudeos. Los demás, después de santiguarse, dejaron los
platos vacíos, y se encaminaron en fila de dos hacia el lugar de los hechos.
Sin embargo, no vieron nada anormal, salvo la desaparición
de Francisco. Todos se pusieron a buscarle por todos los sitios sin dar con él.
Llegaron al comedor, rezaron varios rosarios por el
desaparecido. Después se sentaron a comer y a escuchar la palabra del señor.