sábado, 13 de abril de 2013

La gran depresión (XI)


En cuanto vieron que pronto anochecería regresaron al pueblo donde estaban alojados, dieron un paseo. A las nueve de la noche regresaron al hotel, cenaron, fueron al coche, sacaron el pesado baúl, lo subieron por las estrechas escaleras, cerraron la puerta de la habitación, abrieron con la llave que se encontraba en la cerradura del baúl, abriéndolo en el acto, vieron multitud de apuntes sin ningún significado para ellos mal recortados, lo cerraron.
Iban  a bajar, cuando vieron a una señora de mediana edad, vestida con un vestido negro de montar. Con una yegua negra, se dio una pequeña vuelta y desapareció.
Cogieron el baúl, y lo bajaron entre los dos por las escaleras lentamente hasta que llegaron a la salida de la entrada principal; entonces apareció de nuevo montada en las ancas de otro caballo junto a un hombre.
Volvió a desaparecer. Entonces nos dirigimos al coche, metimos el baúl en el maletero.
Los albañiles, empezaron a recoger todo, como estaban tan cansados de trabajar, Washington le preguntó a Fergusson que si recordaba algún acontecimiento de la noche de Halloween  y le respondió Washington que por que, ya que faltaba mucho.  Le contestó que era por hablar algo, porque siempre hablaban siempre de lo mismo. Para dar ejemplo contó la siguiente historia:

LOS CARAMELOS ENVENENADOS

A Martín le tocó este Halloween la tediosa labor de acompañar a los niños del vecindario  en su búsqueda de caramelos tocando puerta con puerta. Todos los años uno de los padres era el encargado de vigilar a los niños, los adoraba, pero tener que controlar a tanto pequeñajo era un trabajo agotador. A su hijo de ocho años le podía dar un  par de gritos para calmarlo pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás su función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo estaba disfrutando más de lo que esperaba, los niños se estaban portando muy bien  estaba viendo disfrutar a su hijo. Además los vecinos del barrio residencial donde vivían eran realmente amables con los niños incluso con él, ya que varios le ofrecieron golosinas y le daban ánimos con el arduo trabajo de controlar a más de una docena de fierecillas. Aunque en todo vecindario siempre hay un viejo cascarrabias al que todos los niños le tenían miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo viudo y amargado que aparecen en las películas. El típico anciano que no devuelve el balón a los niños cuando cae en su jardín y vivía en un viejo caserón de esos que provocan un escalofrío al pasar. Martín sabía que nunca abría la puerta a los pequeños en Halloween y mucho menos el dar caramelos, pero era su obligación acompañar a los niños a golpear la puerta. Por lo menos sería una buena excusa para asustar un poco a los niños y poder controlarlos mejor.
Su sorpresa fue enorme cuando a los pocos segundos de golpear la puerta de Don Clemente este apareció totalmente cubierto por una sábana blanca, un disfraz improvisado que a los niños les encantó. Al final el ogro ( como le llamaban algunos)  se había ablandado y repartía caramelos, chocolatinas y manzanas caramelizadas entre los más pequeños. Nunca articuló ninguna palabra pero sin duda era todo un avance en su actitud. Martín agradeció el gesto y se despidió de él con un apretón  de manos. Le llamó la atención que usara guantes dentro de la casa, pero la verdad es que el viejo era tan excéntrico que no le dio importancia. Al menos no hasta pasados diez minutos.
El hijo de Martín súbitamente empezó a vomitar, parecía que se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo hacía de forma débil y superficial. Segundos después comenzó a convulsionar en el suelo y sus labios tomaron un color azulado. El tiempo que tardó en llegar la ambulancia se le hizo eterno. Al llegar los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron para ayudar a respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital mientras la sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico y tranquilo barrio.


Continuará.....

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