En cuanto vieron que pronto anochecería regresaron
al pueblo donde estaban alojados, dieron un paseo. A las nueve de la noche
regresaron al hotel, cenaron, fueron al coche, sacaron el pesado baúl, lo
subieron por las estrechas escaleras, cerraron la puerta de la habitación,
abrieron con la llave que se encontraba en la cerradura del baúl, abriéndolo en
el acto, vieron multitud de apuntes sin ningún significado para ellos mal
recortados, lo cerraron.
Iban a
bajar, cuando vieron a una señora de mediana edad, vestida con un vestido negro
de montar. Con una yegua negra, se dio una pequeña vuelta y desapareció.
Cogieron el baúl, y lo bajaron entre los dos por
las escaleras lentamente hasta que llegaron a la salida de la entrada
principal; entonces apareció de nuevo montada en las ancas de otro caballo
junto a un hombre.
Volvió a desaparecer. Entonces nos dirigimos al
coche, metimos el baúl en el maletero.
Los albañiles, empezaron a recoger todo, como
estaban tan cansados de trabajar, Washington le preguntó a Fergusson que si
recordaba algún acontecimiento de la noche de Halloween y le respondió Washington que por que, ya que
faltaba mucho. Le contestó que era por
hablar algo, porque siempre hablaban siempre de lo mismo. Para dar ejemplo
contó la siguiente historia:
LOS CARAMELOS ENVENENADOS
A Martín le tocó este Halloween la tediosa labor
de acompañar a los niños del vecindario
en su búsqueda de caramelos tocando puerta con puerta. Todos los años
uno de los padres era el encargado de vigilar a los niños, los adoraba, pero
tener que controlar a tanto pequeñajo era un trabajo agotador. A su hijo de
ocho años le podía dar un par de gritos
para calmarlo pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás su
función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo estaba
disfrutando más de lo que esperaba, los niños se estaban portando muy bien estaba viendo disfrutar a su hijo. Además los
vecinos del barrio residencial donde vivían eran realmente amables con los
niños incluso con él, ya que varios le ofrecieron golosinas y le daban ánimos
con el arduo trabajo de controlar a más de una docena de fierecillas. Aunque en
todo vecindario siempre hay un viejo cascarrabias al que todos los niños le
tenían miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo viudo y
amargado que aparecen en las películas. El típico anciano que no devuelve el
balón a los niños cuando cae en su jardín y vivía en un viejo caserón de esos
que provocan un escalofrío al pasar. Martín sabía que nunca abría la puerta a
los pequeños en Halloween y mucho menos el dar caramelos, pero era su
obligación acompañar a los niños a golpear la puerta. Por lo menos sería una
buena excusa para asustar un poco a los niños y poder controlarlos mejor.
Su sorpresa fue enorme cuando a los pocos segundos
de golpear la puerta de Don Clemente este apareció totalmente cubierto por una
sábana blanca, un disfraz improvisado que a los niños les encantó. Al final el
ogro ( como le llamaban algunos) se
había ablandado y repartía caramelos, chocolatinas y manzanas caramelizadas
entre los más pequeños. Nunca articuló ninguna palabra pero sin duda era todo
un avance en su actitud. Martín agradeció el gesto y se despidió de él con un
apretón de manos. Le llamó la atención
que usara guantes dentro de la casa, pero la verdad es que el viejo era tan
excéntrico que no le dio importancia. Al menos no hasta pasados diez minutos.
El hijo de Martín súbitamente empezó a vomitar,
parecía que se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo hacía de forma
débil y superficial. Segundos después comenzó a convulsionar en el suelo y sus
labios tomaron un color azulado. El tiempo que tardó en llegar la ambulancia se
le hizo eterno. Al llegar los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron
para ayudar a respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital mientras
la sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico y tranquilo
barrio.
Continuará.....
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