sábado, 20 de abril de 2013

La gran depresión (XII)


A pesar de todo el esfuerzo del equipo médico el hijo de Martín falleció en menos de media hora. El médico de guardia nunca había visto un caso como el de esa noche, pero si había leído mientras cursaba medicina un caso similar. Un envenenamiento por cianuro.
Rápidamente revisó la mochila que aún llevaba el cadáver de su hijo y encontró la bolsa de caramelos que había recolectado ese Halloween. Un inconfundible olor a almendras amargas ( olor que normalmente tiene el cianuro) se desprendía de una de las chocolatinas. Al abrirla encontró e un interior un polvo blanco que claramente alguien había introducido dentro de la chocolatina. Siguió abriendo chocolatinas y encontró algunas más en el polvo y aún algo más inquietante… Al partir una de las manzanas caramelizadas encontró en su interior cuchillas de afeitar y agujas. Sin duda alguien había decidido envenenar a todos los niños del barrio o al menos provocarles daños graves con agujas y cuchillos escondidos dentro de la comida.
El médico salió corriendo al pasillo y sujetando fuertemente por los hombros a Martín le empezó a preguntar si había más niños con su hijo.
La cara de preocupación de Martín cambió inmediatamente a una total desolación.
-          ¿Ningún niño más? ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está?
Martín apretó al doctor y entró a empujones en la sala donde habían atendido a su hijo. Destrozado por el dolor de la pérdida en el suelo mientras abrazaba el cuerpecito sin vida de su hijo.
De pronto se convirtió un rostro  de rabia  mientras el doctor le explicaba que habían encontrado restos de cianuro en las golosinas que alguien había regalado a los niños, incluso dentro de una manzana había agujas y cuchillas de afeitar. Martín recordó cual fue la única casa donde habían regalado manzanas caramelizadas y entonces empezó a atar cabos: la amabilidad sin precedentes de Don Clemente, porque llevaba guantes dentro de la casa y que su hijo minutos después de la visita empezara a sentirse mal.
Sin media palabra salió corriendo del hospital al que justo en ese momento llegaba otro niño con los mismos síntomas de su hijo. Martín reconociendo a su vecina le dijo que avisara por teléfono al resto de madres que no dejaran comer nada a los niños. No dijo más y subió a un taxi y salió rumbo a la casa de Don Clemente.
Martín no era un hombre muy corpulento pero cualquier persona que se hubiera cruzado con él hubiese dado un paso atrás al ver su rostro desencajado por su furia. De una patada reventó la puerta de Don Clemente y entró en su casa con la intención de matarle con sus propias manos. Pero al llegar a la habitación del viejo se dio cuenta de que alguien se le había adelantado. Don Clemente estaba tirado en el suelo con la cabeza destrozada y restos de sangre seca manchaban la alfombra sobre la que estaba tendido su cadáver.

Continuará.....

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