En una noche de otoño, unos vigilantes de seguridad, escucharon en las inmediaciones de unas antiguas ruinas. "Venid, venid; no seáis tímidos, no os voy a comer."
Ellos continuaron sus rondas sin hacer caso omiso. Uno de ellos que tenía la nariz ancha y un poco torcida, con los ojos pequeños y las orejas grandes, encendió la linterna, pero pensándolo mejor, no se lo comentó a su compañero.
A la media hora, entraron en una caseta oscura, con una pequeña ventana con rejas, con una vela encendida que era la única luz, si, una luz débil.
Se iban a sentar para cenar algo, cuando apareció un hombre manco; por suerte fue la mano izquierda, estaba mirando un mapa, mientras comía unas cookies de chocolate. Al notar presencia de unos intrusos desapareció. Un poco contrariados, se sentaron a cenar; después de la cena, jugaron a las cartas.
Se dirigieron a controlar las cámaras de seguridad; allí únicamente estaba un perro blanco pequeño, royendo un gran hueso de jamón.
A las dos horas de sentar sentados de vigilancia, se levantaron a hacer una ronda. Durante la ronda se encontraron a un marinero que gritaba "barco a babor".
Continuaron hasta la caseta que ahora estaba iluminada.
-Contramaestre.
-Sí mi capitán.
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