sábado, 23 de marzo de 2013

La Gran Depresión (IX)


Como tenían mucho calor, se quitaron la ropa; sacaron las toallas y se metieron en el agua; aunque estaba muy fría para meterse enseguida, poco a poco el cuerpo se fue acostumbrando al agua clara y fría de la cascada y estuvieron bañándose un buen rato. Cuando se cansaron, se salieron y vieron una trucha  pasar.
En la otra orilla de lejos les pareció ver nutrias, pero no estaban  muy seguros, se metieron en el agua para verlas más de cerca pero enseguida se alejaron.
Notaron el cambio del agua fría al exterior, pero como hacía mucho calor, no se constiparon. Se tumbaron en las toallas que estaban colocadas encima de la gravilla. Cuando se secaron, se pusieron la ropa y decidieron escalar un poco por las rocas que no necesitaban tener cuerdas de escalada.
Empezaron a subir por unas rocas, después de haber recogido todas las cosas, por unas rocas que no estaban muy empinadas y que estaban secas, por lo tanto no había opción de ningún desagradable accidente.
El camino era muy accesible, porque no había grandes rocas, en la tercera roca, vieron un espacio bastante grande y se pararon para ver las montañas que rodeaban las cascadas, con sus enormes árboles, se giraron a la derecha; enseguida vieron una cueva, empezaron a andar, con mucho cuidado para no caerse, por suerte el camino estaba bastante llano y pudieron acceder fácilmente.  Sin embargo como no llevaban linternas, no se atrevieron a entrar por temor a no ver nada.
Se fueron y regresaron por otro camino, que era un poco menos accesible, porque a diferencia que el otro las rocas eran un poco más grandes que las anteriores, pero se podía subir o bajar con bastante facilidad.
Con mucho cuidado, fueron bajando poco a poco,  iban poniendo una mano y miraban para poner un pie y luego el otro, tardaron veinte minutos en descender, pero aún así Diego pisó mal y se cayó con un trozo de una roca, como no fue la caída muy grave se hizo solo unos pequeños rasguños.
Se levantó del suelo, se quitó el polvo de la camiseta roja de manga corta y de los pantalones cortos verde claro; se fueron andando agarrados de la mano,  hasta la cascada, al lado, había un pozo; se asomaron tanto, que sin darse cuenta, se cayeron dentro del pozo, con tan buena suerte, que cayeron  de pie, encima de unos esqueletos; parecía de personas, pero al menos  les amortiguó el golpe. Se levantaron con mucho cuidado para no tener torceduras en los tobilos ni en las muñecas.
-¡Que horror, hemos aterrizado entre cadáveres! Solo de pensarlo, hubiera preferido, el haberme matado.- Le contó a su marido, con un escalofrío.
- Pues yo lo prefiero, el tenerlo como amortiguador.- Explicó Diego a su esposa.
- Aunque estoy mareada, deberíamos subir por las piedras…
- Está cerrándose  el hueco, ¡estamos atrapados!- Exclamó Diego, que también comenzaba a preocuparse.
Entonces,  sin saber como,  apareció una luz para indicarles el camino, empezaron a caminar por el camino de la izquierda. Al cabo de dos horas, la luz desapareció.
-¡Dios mio!- Estamos atrapados ¿Cómo vamos a salir?- Chilló a su marido histérica, medio llorando.
- Tranquila todo se arreglará.
Pasaron los días y la luz no aparecía, sin embargo a la semana, reapareció y  les marcó el camino de la derecha, anduvieron hasta que se dieron cuenta que era suelo de un edificio; más tranquilos, continuaron. Enseguida se dieron cuenta de que era la bodega de su castillo, por cierto bastante bien conservada y con magníficos barriles de roble.



Continuará..............

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