Después del segundo día de los oficios, el rey ofreció la gran fiesta prometida, todos los altos funcionarios y como excepción los sargentos.
Durante el descanso de las bailarinas, el rey, se acercó a su favorita que era la más bella, y le susurró al oído, que se acercase al soldado en cuestión y que le llevase a sus aposentos; una vez que hubiese llevado a cabo lo acordado seguiría el baile.
Uno de los soldados los siguió hasta los aposentos de su superior, escuchó a través de la puerta, para saber si decía algo que pudiera perjudicar, pero no estaban lo suficientemente próximos para que pudieran escuchar
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