lunes, 2 de mayo de 2016

La Calle del Fin

Vivían el matrimonio Albondigo y la señora Lechuga Ripoll. Como les gustaba la modernidad, cuando venía su suegro, cogía el cuchillo del balcón y se sacaba los restos de comida; sobre todo cuando se acumulaba en su diente de oro que tenía un diamante en el centro.
Ripollí, que así le llamaban en el bar próximo de su casa o para ser más exactos el bar Agencia de Hombre. Era según él, el mejor sitio para beber un chato. Era la costumbre de todos los domingos al comprar el periódico.
Cuando estaba en su casa el señor Ripoll encendía su ventilenteja que permitía refrescar el aire.
Podríamos seguir contando anecdotas de esta familia, así pues, dejamos que la señora Lechuga se ponga su camiseta de tirantes y se siente a ver su programa preferido y con esto y un plato combinado hasta mañana con un saco de morcillas

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