En el puente más antiguo de una pequeña aldea se encontraba mirando un caudaloso río, cuando una señora con dos niños con un cántaro; consiguieron ver con la espesa niebla de la mañana a un grupo de hombres con dos mulas cargadas de pequeñas joyas, cintas y medallones. El hombre que llevaba las riendas de las mulas, iba cojeando y con la otra mano llevaba el bastón; a su lado, un niño de ocho años andrajoso, con el pelo sucio y descalzo, gritaba que eran los únicos que vendían a buen precio; las pocas mujeres que vivían en la silla salieron de sus casas para adquirir alguna joya, aprovechando que eran baratas, se acercó donde estaban; expusieron las joyas a las mujeres, dándose cuenta de que eran demasiado buenas para ser tan baratas; se fue alegando que no llevaba mucho dinero; cuando se alejó le comentó lo que ella pensaba; su vecina lo meditó dándole la razón; aunque eran unas analfabetas, no cuadraba, así que, aprovechando el buen día que hacía se fueron a charlar. Se acercaron el alcalde y uno de los guardias civiles, preguntándolas si ellas no iban; les respondieron que ellas no querían comprar mercancías tan baratas; extrañados con esa respuesta, decidieron acercarse para evitar que vendiesen mercancías robadas; sin embargo, cuando se acercaron, ya era demasiado tarde, habían vendido toda la mercancía.
El martes de la semana siguiente, regresaron para vender las nuevas mercancías; entonces les detuvieron, llevándolos al pueblo más cercano que tenían cárcel.
Esa misma tarde se fugaron produciéndose nuevos robos con nuevos secuestros si no les decían donde se encontraba el dinero. Finalmente, los vecinos al escucharlo, llamaron a la policía, llevándolos Avila para que los juzgasen; como estaban las cárceles muy bien vigiladas, intentaron escapar, quedándose en el intento y pasando al día siguiente a disposición judicial. A uno como un adulto y al otro como un menor; mandándolo a un centro de menores durante diez años.
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