Era una noche cerrada de principios de 1950, había una niebla muy espesa, cuando una mujer llamada Isabel que tenía treinta años, le pareció ver a un niño corriendo por el jardín. Salió al jardín para decirle que era una propiedad privada, pero no le vio, entró en casa, se iba a acostar, cuando observó que en el lago, se bañaba una niña, bajó las escaleras para dirigirse al lago, cuando llegó no había nadie, iba a regresar, cuando escuchó un ruido en el pequeño cementerio; allí encontró a un cura, le preguntó que hacía en el cementerio de su casa a esas horas; pero desapareció por arte de magia.
Salió del cementerio y se fue a su casa. Entró, en el preciso instante en que iba a poner el pie en el primer escalón, le miró a la cara, vio a una cocinera, se acercó a ella, le miró a la cara, pero en su lugar estaba quemada, así que, se quedó con las ganas de hablarle, porque desapareció. Subió otro peldaño, hasta que estuvo en el rellano, no vio a su marido, tumbado, con un moratón en el ojo derecho, llegó hasta él, le intentó levantar, pero no pudo, se cepilló los dientes. Mientras se los lavaba, le pareció ver a su marido, se hizo cargagaras, se enjuagó con enjuage bucal, apagó la luz del servicio, se dirigió a su cama, pero no estaba su marido. Preocupada, se metió en la cama.
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