domingo, 31 de mayo de 2015

El Señor de los Infiernos (III)

Les dimos las gracias, empujamos la barca al agua, nos metimos nosotros, nuestras provisiones que nos habían dado y nos pusimos a remar.
Al principio todo estaba tranquilo, después de que descendiéramos de una cascada; pasamos por unos rápidos que casi nos tiran, por suerte conseguimos salir sin que nos tirase la barca.

Al cabo de dos horas, llegamos cerca de un pueblo bastante tranquilo; había muchas cabañas en bastante buen estado; aunque estaban todas deshabitadas y el pueblo también; decidimos ser huéspedes de nosotros mismos.
Según estábamos buscando ramas para encender una hoguera apareció una mujer con el cuerpo tatuado; parecía un hacha con unas flores alrededor del cuello; ella nos dijo que nos fuéramos, que no éramos bienvenidos a ese poblado.
Comenzamos a adentrarnos entre la espesura y los frondosos árboles; encontramos una pequeña cueva; nosotros empezamos a adentrar y veíamos que la cueva cada vez era mucho más profundo de lo que habíamos pensado; andábamos y andábamos, parecía no tener fin; pudimos parar en una pequeña explanada que había muchos árboles frutales, nos sentamos a descansar. Mi amigo vio frutales próximos; recogió muchas manzanas; nada más dar el primer mordisco, nos transportó fuera del reino del Señor del Inframundo.
Antes del ocaso llegamos a otros países, en el que encontramos a bellas hadas que nos proporcionaban alas y manzanas; mordimos un trozo, transportándonos hasta el paraíso de la sabiduría, pues allí eran los que habían sabido llegar.
Cuando llegamos, nos preguntaron que queríamos hacer, teníamos tres opciones; seguir viviendo allí para siempre, viajar a otros países más sabios o bien ir al mundo terrrenal. Le preguntamos que si subiéramos al otro, que pasaría, nos respondió que si subíamos al siguiente, seríamos los amos del mundo terrenal y del reino del Señor del Inframundo; en el caso de que quisiéramos proseguir nuestro viaje; tendríamos que luchar, con el Señor del Inframundo. Como de momento no nos apetecía llegar a nuestras aburridas vidas; decidimos luchar.
Esta vez, nos dio armas para luchar, que fueron un anillo que lanzaba fuego, un escudo que según lo manejases podías o bien desaparecer pero permanecías en el mismo lugar o bien inmovilizarle. Además de unas poderosas rodilleras y unas sandalias con ruedas y alas. Una vez que finalizásemos con él podíamos devolverlo o no.
Para transportarnos, nos dio, unos delfines que si necesitábamos se podían convertir en fieros lobos o en rápidos caballos en un carro. Nos despedimos de ella y comenzamos nuestro viaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario