lunes, 4 de mayo de 2015

La fiesta macabra

Estábamos en una fiesta de disfraces en las que todos eran bastante sencillos. Al rato vinieron un grupo de tres personas; tres estaban disfrazadas de arlequines; el que se encontraba en el medio vestía un disfraz de esqueleto.
Pasada la media noche, el extraño grupo recién llegado que parecía que habían salido de la pintura Las máscaras y la muerte, del pintor Erlon del Expresionismo de la primera mitad del siglo XX.

Como iba relatando el tiempo pareció que se paraba; nosotros sentíamos que el tiempo se estancaba. Estos, no se sabe muy bien de donde sacaron un reloj de arena, un sable y un hacha. En cuanto pusieron el reloj de arena empezaron a cortar cabezas. Una vez se hubo parado el tiempo, desaparecieron.

En el mes de diciembre reaparecieron, otra vez igual pero los colores se encontraban deslucidos, los vestidos raídos y el esqueleto mantenía su flexibilidad; también  cambiaron las armas; sino que los dos arlquines transportaban dos cabezas ensangrentadas. Los labios se separaban pero no articulaban palabras.

El esqueleto, antes de poner el reloj, vio un péndulo que marcaba la una; entonces puso el dedo índice en el reloj;  lo retrasó y se paró. En ese momento, mandó a los dos arlequines que entregasen a dos personas dos cabezas.Justo en el momento en que el tiempo se iba a agotar apareció el caballo negro con alas, sentado en su lomo el diablo; con uñas tan largas como la cola; unos minicuernos y unas orejas de soplillo; los ojos amarillos y por la boca escupía fuego; riendo igual que el extraño grupo. Una vez que quemó a todo el mundo desaparecieron. Pudiéndose salvar solo los de seguridad.
Al año siguiente en el museo del traje no ocurrió nada.
Cuando dieron una recepción en el museo de armas irrumpieron en la recepción con tres cabezas ensangrentadas con la lengua hacia afuera. Esta vez no apareció el diablo pero si el caballo negro. Sin darle tiempo a que el esqueleto parara el tiempo ni diera orden de que lanzasen las cabezas, el caballo mordió a todos, incluidos a los de seguridad, El caballo limpió todo pasando la lengua por el suelo. Una vez hecho esto, desaparecieron.
En la siguiente fiesta de disfraces  que ofrecía en la Biblioteca Nacional no aparecieron.

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