Había un rey que lo que más le gustaba eran los niños, no para comérselos, como decían las malas lenguas; sino que, quería ser padre; pero parecía que nunca iba a llegar; todas las mujeres que tenía, no le daban ningún hijo.
A los dos años, conoció a una mujer que no era noble en una fiesta, se enamoró de sus dorados cabellos, su tez de marfil y sus ojos esmeraldas.
A los pocos días de casarse, su recién esposa, se quedó embarazada. A los nueve meses, dio a luz a una saludable niña. Cuando creció, se casó en la misma fecha que sus padres con un apuesto conde y tuvieron muchos hijos; el rey siempre fue siempre muy dichoso porque estaba siempre rodeado de niños.
Así termina nuestra historia madrileña, comenzó en el palacio de la Zarzuela y allí continúa, esperando que prosiga la historia
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