lunes, 22 de junio de 2015

El Pacto de David con la condesa Sangrienta (I)

Eran las cinco de la tarde del 1 de noviembre del 2013; mis padres se habían ido a pasar todo el día en Toledo, como no sabía que hacer, decidí fabricar una guija con cartulina y un rotulador, aprovechando que tenía unas velas, las saqué del cajón del centro, cogí un vaso de agua, lo puse al lado de las velas y del tablero hecho por mí, encendí las velas negras, corrí las cortinas. Apagué previamente el móvil, llevé el teléfono inalámbrico a la habitación de mis padres, cerré la puerta del salón y de la habitación por si sonaba; me senté en la silla y puse las manos en el tablero. Enseguida el vaso se movió, me asusté pero aún así no lo solté.
-¿Eres Belcebú?
-No
-¿Eres hombre o mujer?
-Mujer
-Joven o anciana.
-Anciana.
-¿Qué edad tienes?
Apareció ante mí, con la frente curva y amplia, las cejas perfiladas en ligero arco, los labios finos y con carnosos labios rojos, marfileña dentadura que apenas se insinuaba en medio de unos pómulos que relucían como el alabastro, igual que su frente.
-Pensaba que eras muy mayor pero rondas los dieciocho, igual que yo, además eres muy atractiva.

-Gracias, nadie me había dicho eso.
Me solicitó que le desabrochase el vestido, ya que no tenía doncella; eso sí, que no le retirase su collar de esmeraldas ni sus anillos. Después de hacerlo, me empezó a besar fogosamente en mis jóvenes labios, en mi cuello. Me iba a indicar que hiciese lo mismo, cuando no solo le besé en el cuello, sino también le chupé los pezones y le besé los pechos, le acaricié las zonas más íntimas, ella hizo lo mismo con mi pene y los testículos.
Después de que nos saciamos sexualmente; me ordenó que trajese a mujeres jóvenes a su castillo; le respondí que no, entonces, sacó una daga, preguntándome sino había quedado satisfecho; todas mis armas defensivas desaparecieron respondiéndole que si, se tranquilizó y se despidió.

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