lunes, 15 de junio de 2015

No sabemos que hacer (I)

Hacía mucho calor para el mes de junio, el sol se ocultaba para dar paso a las negras nubes para que pasara la lluvia. Santiago, llamado así porque su madre dio a luz el año Jacobeo en Galicia, se había separado del grupo de boyscout para mirar unas águilas que sobrevolaban en la cúspide de una montaña; había intentado como había aprendido a sus ocho años de edad, hacer muescas y otras cosas que se aprendían; pero con resultado obsoleto. Llevaba perdido demasiado tiempo; se había acabado la última gota del agua de su cantimplora.
Después había conseguido agua potable de un río; como creía, que podría encontrar el lugar donde el grupo seguramente lo estaría esperando continuó andando; allí solo estaban los árboles como única compañía y los cuervos al acecho de algún animal muerto.
No se sabe cuanto pasó pero unos campistas al verle solo, le preguntaron donde estaba sus padres, respondió que había llegado con un grupo de boyscout; el profesor se negaba a que llevasen móviles, porque para él era una interrupción para la naturaleza, porque antes la gente sobrevivía sin ninguno. Éstos, en cuanto el niño bajó las defensas, le suministraron cloroformo en una botella de cocacola que le habían ofrecido.
A la tarde siguiente, Santiago, abrió los ojos en una habitación lóbrega, como compañeros, un gato, una mesa podrida y una silla igual. Atado de pies, pero no de manos para poder comer; permanecía sentado en una silla fabricada por ellos; con un agujero que hacía de veces para hacer necesidades fisiológicas mayores y menores; también para comer. Los pantalones y calzoncillos bajados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario