domingo, 28 de junio de 2015

La Guarida de un salvaje (I)

Como todos los años, nos fuimos a veranear a Rocodomar, porque a mis padres, les llamaba la atención la cantidad de desfiladeros, las murallas, el bosque y que las casas permanecieran alojadas en lo alto de las montañas y de las rocas, aunque para ver el castillo teníamos que subir las exageradas escaleras, que parecía que en lugar de acercarte te alejabas más.
En uno de esos viajes, decidí alejarme de mis padres porque estaba cansada a mis dieciséis años de tener que permanecer todo el santo día con ellos. Decidí , pues, adentrarme en la sierra, por un camino de gravilla, dejando a un lado el acantilado y el agua estancada, que parecía llamarme sin interrupción. Con el calor pegándose en mis talones encontré una gruta con distintos niveles por el roce del agua por sus interminables caídas.

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