lunes, 12 de enero de 2015

El dragón de la suerte

No se si creeréis en la magia o no, no sé si tampoco, si cuando hablen vuestros hijos o cualquier niño pequeño le  escucharéis.
Pero por favor, escuchadme a mí, para que no os pase lo mismo. Para ello, no hay nada como empezar desde el principio, porque las cosas bien contadas, bien se entienden.

Yo, como cualquier padre, cuando mi hijo entró corriendo a casa, subió por las escaleras recién barnizadas, se abalanzó sobre mí.
-Papá que suerte que El dragón de la suerte, me haya ayudado, de no ser por él, los hermanos Berto y Milunchi, se hubiesen apoderado de mis canicas y de mi dinero.

-Si, si, claro, El dragón de la suerte, ¿has hecho los deberes?
-Pero papá, es cierto, El dragón de la suerte, me ha ayudado.

Giré sobre mis talones, poniéndome a leer mientras escuchaba música clásica, aprovechando que Berta, no se encontraba en casa, porque siempre que estaba, tenía que escuchar sus horribles marujeos de la peluquería.
Cuando mi esposa regresó de la compra, vino a contarme que el hijo de Juan, el de la panadería, se había escapado porque quería que El dragón  de la suerte, le trajese suerte para que sus padres le comprasen la última consola, le pregunté donde residía ese dragón y me respondió que no tenía ningún lugar específico, pero, últimamente se le veía en las montañas más escarpadas muy próximas a la iglesia.

A la hora de la merienda, Berta, subió a la habitación de José, pero allí no se encontraba.

Nos dirigimos a la montaña, entramos en la cueva, allí en lo más profundo de la cueva, estaba nuestro hijo, le reprendimos por no habernos avisado, pero nos respondió que no nos necesitaba, porque, gracias a este, ahora podría viajar a un nuevo país llamado El dragón de la suerte y el sería el rey, mientras que Juan, por no haber creído, tendría que permanecer, varios años, con la misma edad, hasta que convenciese a más niños y adultos y pudiese crecer con total libertad.

Así pues, derrotados y cabizbajos, vimos, como, efectivamente, nuestro hijo de ocho años, se montaba sobre los lomos del dragón ricamente vestido, para no volver nunca más.

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